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En el gimnasio

Un día fui contigo
al gimnasio del barrio
y perdí el aliento
suiguiéndote el paso.
Subida a una cinta
mis piernas se quebraban
con aquel movimiento
digno de Olimpiadas.
Miré para el reloj
pidiendo que corriera
la hora que pagamos,
pero estaba inmóvil
contando los segundos
sin apurar su marcha.
Tú hacías las pesas
como un pobre esclavo
creyendo que tus músculos
serían cincelados.
Me bajé de la cinta
y te hice un corte de mangas.
Ahí te quedas tú
y estas Olimpiadas.
Yo me fui presumiendo
después de una ducha
que me hizo olvidarme
de aquella bicicleta
estática e indomable.
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