Hoy echo de menos
aquel periódico
donde se anunciaba
un hombre sin rostro.
Ofrecía una noche
de cuerpo vigoroso
a la mujer que quisiera
acariciar su torso.
Debajo había una
señora que vendía
la virginidad rosa.
Encima una anciana
se atrevía a venderse
a los ochenta años
al señor que pudiera
pagarle por un sado.
El hombre del periódico
podía ser aquel
señor que se doraba
entre una señora
jubilada y cansada
y la señora triste
que aún lo aguantaba
los veranos de playa.
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