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Mis amantes pasajeros

Él era un trabajador muy pobre
que trabajaba sin descanso
y dormía en mis brazos
rendido al sueño.
Yo era la soñadora rica
que acunaba en mis brazos
al hombre que creía
en un siempre lo mismo.
Lo nuestro acabó
como acaban las canciones
de los finales tristes.
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Mis amantes pasajeros

Hoy no escuché tu voz
y casi me emborracho
al notar tu ausencia.
Besé la misma botella
que dejaste llena.
Aparté el vaso.
Comí una cereza.
Le dije a la luna:
mañana ya viene.
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Mi amante de gorro y bufanda

Vino a verme con gorro y bufanda
y salí con una escopeta.
Fue el remedio mejor para el frío:
él corría y yo daba saltos
intentando apuntar al cielo.
Tal fue el escándalo que vinieron
los de la Aduana corriendo.
Pensaban que éramos los nuevos
traficantes de lana de Oviedo.
Les pedimos que hubiera silencio
para darnos el beso del viernes.
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De picos pardos

Bebía tónica con ginebra
al lado de la rubia de ojos claros.
Tenía tatuada una cara
que luego descubrí en su espalda.
Amor de madre, me dijo, sonriente,
dando un beso a la piel del brazo.
Casi quise ser en ese momento
la madre que ponía su rostro ajado.
Lo dejé al lado de Mónica,
hablando de goles al Picos Pardos.
Regresé sin olvidar su nombre
a la casa donde lo llamábamos
el vecinito del pantalón a rayas.
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Mamá al teléfono

Me pidió hablar con mamá
y le dije que estaba al teléfono.
Empecé a contarle el cuento
de los niños más buenos del Reino.
Quería saber si Herodes
andaba por el parque suelto.
Le dije que no lo sabía.
Entonces colgó el teléfono.


Mis regalos de Papá Noel

Le pedí a Papá Noel muñecas
y vino con dos preciosidades.
Así fui la niña que cuidaba
de Ani y de su gemela hermana.
Ani lloraba con lágrimas saladas
que dejaban un río de aflicción.
Ona no secaba nunca el llanto
de su hermana gemela.
Yo acunaba siempre a las dos.
Han pasado los años y las Navidades
y ahora Papá Noel regresó:
trae a Ona llorando y Ani riendo
para la niña bonita que acuno yo.
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Mis amantes pasajeros

Se llamaba Tommy y era millonario.
Me lo dijo el día que nos dejamos.
Él marchaba solo y yo quedaba
con la compañía de mi gato.
Mi felino le maullaba un vete.
Mi millonario se fue sin darme
el último beso que habría aceptado
al saber que una esclava lo esperaba.
Adiós. Bye bye. Adiós.
Fueron nuestras últimas palabras.



Mis amantes pasajeros

Te espero, amor,
aunque no quieras
la cena fría
y la cama alegre.
Esta noche he decidido
ser Reina de las Estrellas,
bajar el Sol a mi lado,
sentarme junto a los peces.
Voy a ser esa sirena
que te atrapa cuando quiere.
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Mis amantes pasajeros

Dormía escuchando sin escuchar nada
de la habitación del hospital de alado.
Su marido era el mejor enfermero.
La abuela era la peor paciente.
La suegra estaba al teléfono.
El suegro maldecía.
Su madre suplicaba.
Su padre ya quería jugarse el dinero
en la misma máquina tragaperras
donde jugó su infancia...
¿Y si marchaba?, pensó.
¿Y si volvía a volar por los cielos
en un avión que desafíaba
los fieros huracanes?...
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Mi pequeño Quijote

Tan enfadado estabas
que corrí a ayudarte
poniendo seda en la guerra
y alfombras a tus pasos.
Llegaste con la sonrisa
flotando en una charca.
Podía haber un naufragio
si tus dientes se asomaban.
Te llamé y te lanzaste
a mis brazos de amante.
Casi aplauden los toros
que había en la plaza.
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Mis amantes millonarios

Cuando lo vi me enamoré
de su rara presencia:
era un hombre vestido
de payaso discreto.
Le dije que saliera
de un pantalón estrecho
y contestó llorando:
no puedo aunque quiero.
Empecé a romper
la tela que pusieron
en un pantalón triste
pegado a sus piernas.
Arranqué a girones
el forro color fuego.
Ya quería correr
y aún era prisionero.
Tuve que esposarlo
un sábado cualquiera.
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El amante de la pajarita de madera

era mío y de las infinitas mujeres
que besaban su boca golosa
con dientes carnívoros perfectos.
Lo encontré mirando el cielo
un día de lluvia y truenos.
Me ofreció cobijo bajo su paraguas.
Acepté el trato sin saber que era
la mujer que le diría me gustas
cuando me dijo eres la más bella.
Acaricié su pajarita de madera
barnizada con dulces pinceles
y dejé que mis dedos casi descubrieran
el camino hacia lo siniestro:
un pecho de hombre sobrado de pelos.
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La otra

La otra era ella, yo no era,
pero sabía que todos señalaban
mi cuerpo como cosa de delito.
¡Qué poco sabían y hablaban!
Yo era la mujer que abrazaba
al hombre que resucitaba.
Ella era la mujer del que marchaba
de su casa para mi cabaña.
Así estuvimos tanto tiempo
que fuimos amigas sin saberlo.
Lo supe el día que me dijo:
gracias por cuidarme el perro.
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Mi amante con pajarita

Era pequeño y con voz de gallo
Tenía ganas de juegos sucios,
un coche viejo y hada madrina.
Le dije un día que se quitara
el traje rosa con que venía.
Me dijo no y marchó furioso
a casa de una mala vecina.
Ahora lo veo paseando
entre la anciana suegra
y el pequeño hijo.
Mi sustituta es la más gorda
del Barrio Melancolía.
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Pequeño Quijote

Sueñas con tantos molinos
que casi me vuelvo loca
con las aspas que te vuelan
por tu cabeza de hombre.
No, no me cuentes más sueños
porque los sueños no importan.
Importa que haya harina
para hacer los bizcochos.
No, no me pidas que yo sueñe.
Dulcinea son las otras.
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Mis amantes pasajeros

Iría a vivir a una ciudad
con puerto y playa,
lejana a la mía
y sería casi
feliz...
o eso dijo.
Le dije que no.
Me dijo eres mía.
Me sentí comprada
en una estafa
de boda y marisco.
Fui a su ciudad.
Marché de la mía.
Sentí que un día
yo sería libre
y lo dejaría.
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Mis amantes pasajeros

Me ofreció un chupito
mi amante número cuatro.
Era un señor de barrio,
con sombrero y con corbata,
tosía como los hombres,
cantaba como los pájaros.
Le dije que no bebía
y me pidió que empezara.
Necesitaba una hembra
con la cabeza borracha.
Seguí fiel a la abstemia
y le dije bye bye, guapo.
Yo no sería la tonta
que lamiera sus zapatos.
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Los hijos de Adán y Eva

Sólo tenía seis años
cuando Caín se hizo malo.
Era un niño rebelde,
gran comedor de manzanas,
que pegaba a los grillos
y mariposas mataba.
Su hermanito decía
que le daba mucho asco
verle comer las serpientes
en adobo con vinagre.
Eva era indiferente
a aquel niño salvaje.
Adán no tenía tiempo
para intentar calmarlo.
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Los amores de Adán y Eva

He llegado a tu cueva
y estabas cocinando
unos macarrones tristes
con un aceite amargo.
El pan era tan barato
que daba pena en la salsa.
Había vino de moras.
El agua era de charco.
¿Tan pobre te habías vuelto?
No te pregunté la causa.
Saqué de mi bolso euros
y sembré toda la estancia
de billetes de quinientos
ante tus gritos de espanto.
Adán mío, no me grites
cuando reparto contigo
la fortuna de Dios Padre.
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