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Amor en París

Estábamos en París tú y yo solos
oliendo el Sena desde el balcón,
cerramos el cielo con nuestros besos,
dejamos averiado el ascensor.
 
No llegaba el cartero a la puerta
ni la golpeaba ningún acreedor,
la libertad entraba por la ventana,
el silencio era de los dos.
 
Fui tan feliz que me duele recordar
un fin de semana francés lleno
con dos noches borrachas de sueños.
 
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Amores de otros

Su matrimonio era un accidente
entre un coche viejo y una moto.
Ella le ponía velocidad a la vida.
Él jugaba la chatarra del coche
sobre el tapete donde le ganaban
el volante con un as de oros.
 
Amaneció sin coche y esposa
y las maletas con destino Calcuta.
No creía que su libro de familia
estuviera roto con la firma de otro.
 
La vio quedar vestida de rojo,
con los labios buscando los besos
del amante que no escondía
en los bailes cargados de luna.
 
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Los amores de una señora adulta

Te miré como te miraba
cuando los veinte me tenían
ahora que los cuarenta me atrapan.
 
Aún te amaba...
 
Había pasado dos décadas
intentando olvidarte en otros brazos
sin saber que estaba intentando
borrarte con besos de extraños.
 
Aún te amo...
 
Te miro como me miras
ahora que habito tus sábanas
con mi cuerpo buscando tu piel
al borde de la luna que marcha.
 
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Eva Evangelina

Viajamos en coche solos
por la carretera de los silencios
rotos por rebaños de cabras
detrás del pastor de los juramentos.
 
Tú callabas. Yo nada decía.
Yo callaba. Tú nada decías.
Así llegamos al final callando
lo que quería decirte
y lo que querías contarme.
 
Bajé del coche con los suspiros
desechos en la taquicardia.
Dejaste el volante y volviste
al bar para en vino ahogarte.
 
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Mujer helada

Mis deseos fueron deseos
sin llegar a ser realidades,
y comprendí que eran sueños
cuando el frío me abrazaba.
 
Grité, como gritó Eva
tras morder una manzana
en aquel su paraíso
que también quedó en nada.
 
Callé. Me encontré. Me sentí.
¡Era otra tan distinta
a la mujer soñadora...!
Era la mujer helada.
 
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