Hoy soñaba, Adán mío,
y casi me vuelvo loca
al verte todo un hombre
padre de doce retoños.
Jugaban los doce niños
un partido con las ocas
con el pequeño de árbitro
y el mayor de metegoles.
Los balones se salían
del campo de los insultos
cuando iban maldiciendo
nuestros pequeños retoños.
Aquellos hijos no eran
barro cocido a los soles,
más bien parecían hierros
de muy duros corazones.
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