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Los amores de Adán y Eva

​No me digas, Adán mío, 
que me esperas en la cama
porque una noche y otra
tus ronquidos te delatan.

Roncas como el hombre lobo
a las cinco de la tarde
dentro de un pijama azul
comprado en las rebajas.

Yo me tapo los oídos
con una fina almohada
y aún así percibo
una sinfonía alta.

Casi prefiero tenerte
esperando en un prado
entre vacas de Suiza
y una cabra de Irlanda.

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