Te desnudo con mi boca sedienta
hasta morder el hambre
con la sed por tus besos.
Dejo las ligas rotas
en la prisa que atrapa
un momento de incendio
de la luna de noches
llenas con los susurros
que susurran mi nombre
desde tus labios tiernos
a mis oídos llenos
de suspiros de macho
sacado de su cueva.
No has cambiado, amor.
Aún soy tu princesa,
la mujer que amanece
en balances y fiestas,
el mismo interrogante
entre esas respuestas
que dejas en la almohada
cuando las doce llegan.
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