Nuestro paraíso fue
una cueva sin silencio.
Te enfadabas por todo,
me enfadaba por menos.
Un día cogí la puerta
y rompí aquel diseño
con mis uñas afiladas
en los colmillos del perro.
Te dejé una ventana
abierta al firmamento
y la puerta mal cerrada
por un matorral silvestre.
Escuche tantos lamentos
que regresé pronto a verte.
Estabas tan derrotado
que hasta yo sentí pena.
Comprendí, Adán querido,
el destino que nos tiene
atados a las estrellas
más brillantes de los cielos.
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