Llovía cuando llegaste
enfadado a tu cueva
y los truenos alumbraban
más que las luces de cera.
Abriste cada ventana
con tus manos de madera
mientras tu Eva gritaba
que aún era invierno.
Me despeinaba el frío,
temblaba en un bajo cero,
pero tú seguías alto
en tus altos juramentos.
Tuve que abrir de nuevo
la puerta de la nevera
y dejar que el chocolate
te calmara al olerlo.
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