Me sentí la Reina
de todas tus fiestas
con otro vestido
cubriendo mi cuerpo.
Te pedí un beso
delante de ella
y dudaste tanto
que casi no besan
tus labios calientes
a mis labios ardientes.
No la vi huir,
pero se marchó
llevando las lágrimas
donde te ahogó.
Volvías a ser
mío y sólo mío.
Era la querida.
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