Luchaba como una leona
por una familia feliz.
Perdía en cada batalla
al marido que era infeliz
en una casa que olía
a cocido y a jazmín.
Seguía sola en la lucha
de domingos de paella
con una partida de cartas
después del roscón de Reyes.
Su marido amanecía
en camas de extranjeras
y ella entre las sábanas
del ajuar estaba despierta.
Volvería aquella luna
de miel que vivió eterna
en la capital de Italia
después de dar el sí quiero.
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