Miss Morosa se levanta
con la cartera sin rastro
una mano en el bolsillo
la otra mano en los zapatos.
Mira su cara en la cara
del espejo del esposo
y le dice a los cristales
hoy hablaré con los ogros.
Calza tacones y viste
un abrigo haraposo
antes de ir a sentarse
delante de los casposos.
Allí negocia las cifras
rojas por negras redondas
con el empleado pálido
de las manos ruidosas.
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